Autor: H. Andrés Granadillo L. C.
Ya llegó la Cuaresma y con ella Cristo, que nos pide que le acompañemos durante estos cuarenta días en el desierto. Para muchos será un desierto difícil, pero ¿qué desierto no es difícil?
Si queremos hacerlo fácil, miremos a ese Cristo que está dispuesto a recorrerlo por nosotros y con nosotros, digámosle: “Señor, yo también voy contigo, para que no estés solo” porque no es sólo que nosotros le acompañamos sino que él, Cristo, nos acompaña y da fuerzas para seguir adelante.
Hagamos de esta cuaresma un momento de conversión, abrámosle las puertas de nuestro corazón a Cristo, para que él cambie en nosotros todo aquello que no es bueno.
Cuántas veces hemos dejado de ayudar a Cristo en nuestro prójimo; dar de comer a un necesitado, ayudar a levantar a la persona que se cae, o ayudar a cruzar la calle a una persona que está en silla de ruedas. En cada uno de estos momentos Cristo está presente. Y ahora en esta cuaresma Cristo está presente buscando que alguien, como tú, le ayude.
Son cuarenta días, tiempo en el que Cristo nos pregunta ¿Me quieres? Y nosotros respondemos: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero”. (Jn 21, 17) pidámosle: “Señor endereza en mí aquello que esta torcido”, que mirar a Cristo en esta cuaresma nos mueva, nos lleve a dar un giro de 180 grados a nuestra vida, que salgamos de esta cuaresma dispuestos a amarle más a Él en nuestro prójimo.
Cuaresma tiempo de conversión. Tiempo para comenzar de nuevo. Tiempo para amar y para dejarnos amar por él, por Cristo. No es tiempo de grandes sacrificios, es tiempo de demostrar a Cristo que estamos aquí junto a él y no le dejaremos ni ahora, ni más tarde, para que así al final resucitemos con Él.
Propósito:
Durante esta cuaresma buscaré ver más a Cristo en mi prójimo, ayudando a las personas que están más cercanas a mí.